Hasta hace poco tiempo que el proceso independentista esta siendo investigado rescatando la participación y rol de las mujeres; de ahí que investigaciones realizadas como la de Carlos Cañas Dinarte sobre las mujeres en la independencia nos proporcionan evidencias importantes sobre el rol de las mujeres en esa época, que es fundamental reflexionar.
Cañas Dinarte constata que "Las mujeres
 de esa época: criollas, mestizas, indígenas y negras esclavas, 
compartían algunas funciones y labores comunes, a las que se les 
denominaba: "oficios mujeriles". El 
hogar, la iglesia, el hospital y el campo de labranza eran sus 
principales espacios para desempeñar éstas labores. La mayoría de mujeres
 eran excluidas del derecho a la educación, siendo esta, además de 
exclusividad de una élite, eminentemente religiosa y segregada para 
hombres y mujeres.
Sin embargo, la historia de la independencia esta sellada por la firma sólo por próceres y fue hasta 1975, que en el marco del Año Internacional de la Mujer
 y a iniciativa de la Liga Femenina de El Salvador, se reconoció la 
participación de una prócer: María de los Ángeles Miranda, declarada 
Heroína de la Patria mediante el decreto legislativo 101 (30 de 
septiembre de 1976).
Estos datos nos indican que las mujeres
 independientemente de sus condiciones sociales y étnicas compartían un 
mismo ámbito y espacio que las colocaba en una misma condición de 
género, determinada por su exclusión de otros espacios sociales en el 
ámbito público–político y destinadas a sus roles de madres, esposas, 
cuidadoras.
A pesar de este contexto, fueron muchas las mujeres
 que formaron parte de este proceso independentista – que según la 
investigación citada – tuvieron que intervenir activamente y haciendo 
aportes importante a este momento histórico; entre ellas recordamos:
Las metapanecas Juana de Dios Arriaga, 
Inés Anselma Ascencio de Román, Dominga Fabia Juárez de Reina, Úrsula 
Guzmán y Gertrudis Lemus. Las dos últimas suministraron piedras y armas a
 los indios y mulatos que, el 24 de noviembre de 1811, participaron en 
enfrentamientos en esa localidad santaneca, dirigidos por el prócer Juan
 de Dios Mayorga.
María Madrid –viuda oriunda de Tejutla 
(Chalatenango), de 43 años de edad- y Francisca de la Cruz López –joven 
de 30 años de edad, soltera y nativa del lugar-, quienes fueron 
liberadas gracias al indulto promulgado el 3 de marzo de 1812, tras ser 
capturadas y sometidas a largos interrogatorios y acusaciones de alta 
traición contra el imperio ibérico.
Se reconoce como una mártir a Mercedes 
Castro –fusilada en San Miguel por sus afanes libertarios-, al igual que
 los de las viroleñas Josefina Barahona, Micaela y Feliciana Jerez.
Las más destacadas en la historia
 salvadoreña están hermanas María Feliciana de los Ángeles y Manuela 
Miranda, quienes, entusiasmadas por los afanes libertarios en San 
Salvador, propagaron las noticias independentistas por la campiña de 
Sensuntepeque, misión patriótica llevada a cabo con sus fuertes voces y 
un tambor. La zona se alzó en insurrección el 29 de diciembre de 1811, 
en el punto conocido como Piedra Bruja. Capturadas por las autoridades 
españolas, las hermanas Miranda fueron procesadas en Sensuntepeque y 
fueron recluidas después en el Convento de San Francisco de la localidad
 de San Vicente de Austria y Lorenzana, las hermanas Miranda escucharon 
la sentencia que las condenó a sufrir cien azotes cada una, para 
ingresar más tarde como siervas sin paga en el convento local y en la 
casa del cura párroco. María de los Ángeles murió a principios de 1812, 
cuando su espalda desnuda recibió las descargas del látigo de su verdugo
 frente a la multitud reunida en la Plaza Central de San Vicente. Al 
momento de su muerte, rondaba los 22 años de edad.
María Felipa Aranzamendi y Aguiar, Ana 
Andrade Cañas, Manuela Antonia de Arce y María Teresa Escobar, abogaron 
por la libertad de sus cónyuges: Manuel José Arce, Santiago José Celis, 
Domingo Antonio de Lara y Juan de Dios Mayorga y les apoyaron de 
diversas maneras – visitas, bienes, exilio, privaciones, mensajería y 
más- para lograr la emancipación centroamericana, mientras purgaban sus 
penas en las cárceles, entre 1814 y 1819.
El 15 de septiembre de 1821, en las afueras del Palacio de los Capitanes Generales, una mujer fue determinante para decidir la balanza de la historia a favor de la Independencia.
 María Bedoya de Molina, esposa del prócer guatemalteco doctor Pedro 
Molina, hizo que una banda tocara música en la plaza y llamó al pueblo a
 concentrarse en el lugar, mediante la quema de cohetes de vara. A los 
pocos minutos, una multitud se reunió frente al edificio y así los 
notables se vieron obligados a decretar la emancipación política de las 
provincias centroamericanas.
Las labores hechas por las mujeres como activistas, como defensoras públicas, convocantes, mensajeras, así como los registros de mujeres
 presas políticas y mártires, han sido hechos menos valorados, y 
consideradas como tareas de apoyo y no determinantes en este proceso 
histórico, se confirma el carácter sexista de la historia
 escrita que ha destacado el protagonismo masculino como lo determinante
 para los cambios socio–políticos y desvirtúa el valor "político" al 
aporte y acciones de las mujeres.
Se confirma entonces que el registro de 
los acontecimientos políticos y sociales no es neutral en cuanto al sexo
 de las personas. En los procesos sociales participan hombres y mujeres
 en determinados espacios, pero al darse en un sistema socio político 
que privilegia lo masculino e invisibiliza y subvalora el aporte de las mujeres.
La reproducción de este sistema de valores ha sido el principal motor de las desigualdades sociales entre hombres y mujeres – la historia oficial lo demuestra – por el que las mujeres seguimos luchando por ocupar espacios, donde no somos nuevas, sino donde se nos ha valorado de manera inequitativa.
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