Aquella fresca mañana del 16 de noviembre de 1989, bajé muy temprano al
comedor del hotel Camino Real, lugar donde nos habíamos trasladado la
mayoría de corresponsales internacionales que cubríamos la ofensiva
guerrillera denominada “Hasta el Tope”.
Serian pasadas las
seis de la mañana y no era extraño la ausencia de periodistas a esa hora
en el comedor, ya que el cansancio afectaba debido al arduo trabajo
que habíamos tenido durante cinco días, cubriendo los fuertes
enfrentamientos en el interior del país y la capital, de lo que se
consideraba el mayor enfrentamiento militar entre guerrilleros y
soldados del ejercito, durante los doce años de guerra civil.
En
el momento en que me disponía a desayunar, se me acercó uno de los
empleados del hotel y en forma cautelosa, con voz baja me comento,
acerca de un rumor referente de que algo grave pasaba en la
Universidad Centroamericana José Simeón Cañas, mejor conocida como UCA.
Un
taxista le había contado al mesero del hotel, sin asegurárselo, que
habían asesinado a varios sacerdotes jesuitas. Aquella información me
estremeció y sorprendió y pensé que posiblemente solo se trataba de una
mala información.
En un principio dudé de la veracidad de aquel
rumor; pero apelando a mi sentido periodístico y al razonamiento de que
aquí en El Salvador, todo es posible después del magnicidio de nuestro
querido Monseñor Romero, inmediatamente tomé las cámaras y salí a toda
velocidad rumbo a la UCA a donde no me tarde más de 10 minutos en llegar
para corroborar lo que pensaba era otra de las falsas informaciones de
propaganda que se propalaban.
Cuando entre a la UCA por el
portón del lado oriente, comprobé con profundo dolor y horror que
efectivamente la noticia se confirmaba. No podía dar crédito a lo que
veía.
Ahí estaban los cadáveres de seis sacerdotes jesuitas,
una señora y una niña, que habían sido horriblemente asesinados a
balazos En el patio se encontraban los cuerpos boca abajo de cinco
sacerdotes y en una habitación se encontraba otro. Los cadáveres de la
mujer y la niña estaban en otro cuarto.
Los sacerdotes jesuitas
asesinados eran, Ignacio Ellacuría, rector de la UCA; Segundo Montes,
Ignacio Martín-Baró, Armando López, Juan Ramón Moreno y Joaquín López.
Las asesinadas eran la empleada Elba Ramos y su hijita Celina de 15
años.
Al poco tiempo de estar frente aquella escena dantesca,
donde la muerte era el principal protagonista, me encontré con mi buen
querido amigo, el padre jesuita Rogelio Pedraz, quien de milagro se
había salvado de morir, gracias a que aquella fatídica noche no se
encontraba en ese lugar cuando sucedió la matanza.
El padre
Pedraz me abrazó y se puso a llorar en mi hombro diciendo: “mira lo que
les hicieron a mis hermanos”, aquellas sentidas palabras estremecieron
mí ya atribulado corazón y no encontré palabras de consuelo, más que
corresponder con un fuerte abrazo al respetable sacerdote.
Cuidadosamente
hice un recorrido por la escena del crimen, fotografiando con mucho
dolor esas imagines de muerte. Cuando entré al cuarto donde se
encontraban los cuerpos de la empleada y su joven hija, encontré a un
señor con los brazos cruzados y con la vista fija sobre aquellos
cadáveres. Con el mayor respeto y sigilo hice fotos, para no
interrumpir aquella profunda meditación.
Después, supe que esta
persona era el señor Obdulio Ramos, esposo de Elba y padre de Celina.
Como fotoperiodista, que trabajé durante toda la guerra y a pesar de
que a diario veía cantidad de cadáveres, nunca me acostumbré a este tipo
de fotos donde se reflejaba el dolor y la impotencia, estos terribles
hechos siempre afectaba mi conciencia.
En un principio, los
cuerpos de los cinco sacerdotes asesinados que se encontraban afuera de
la casa, estaban cubiertos con unas sabanas blancas; pero a media
mañana, cuando el sol comenzaba a calentar, llegaron los jerarcas de la
iglesia católica, los Obispos Arturo Rivera y Damas y Gregorio Rosa
Chávez, entonces se procedió a retirarles las sabanas a los cuerpos y
fueron descubiertos para que los religiosos pudieran apreciar, en toda
su magnitud el lamentable estado en que habían quedado.
Este
fue el momento en que los camarógrafos y fotógrafos que ahí nos
encontrábamos procedimos hacer las imágenes que impactaron al mundo.
Con
relación a este cobarde asesinato, en un principio el gobierno del
Presidente Alfredo Cristiani, especulaba sobre los culpables de tan
horrendo crimen y como siempre había sido la tónica propagandística de
la derecha, inmediatamente, sin aportar ninguna prueba, se lo
atribuyeron a fuerzas guerrilleras; situación que la izquierda negó con
firmeza y acusó a los Escuadrones de la Muerte del gobierno.
Pero
lo que sí era cierto, es que desde el inicio de la ofensiva el 11 de
noviembre, cuando los medios noticiosos fueron silenciados por el
Gobierno y pusieron una cadena nacional de radio con la señal piloto de
“Radio Cuscatlán”.
En estas transmisiones a cada momento se
acusaba a los sacerdotes jesuitas de la UCA, señalándolos como
agitadores comunistas y, públicamente, se les responsabilizaba por la
difícil situación que atravesaba el país.
Y pensar que hacía
menos de tres meses, en septiembre, en la UCA había fotografiado al
Presidente Alfredo Cristiani, a la par del Padre Ignacio Ellacuría,
durante un reconocimiento que esa universidad le otorgó al Presidente
de Costa Rica, Oscar Arias.
Es importante recordar que la
comunidad de sacerdotes Jesuitas de la UCA y Monseñor Oscar Arnulfo
Romero, desde antes del conflicto, fueron fuertemente atacados y
acusados de marxistas en sendos campos pagados que a menudo se
publicaban en la “respetable” gran prensa salvadoreña, como los
aparecidos en 1979 en La Prensa Gráfica con los siguientes titulares:
“Los Jesuitas Manejan a Monseñor Romero como Cualquier Carro”,
responsabilizado por la licenciada Juana Castro Lizama. Otro decía “El
Retiro de Monseñor” por la licenciada Marta Julia Romero.
También
es elemental recordar que en el año de 1981, los sacerdotes jesuitas
de la UCA, fueron señalados y amenazados en un comunicado del Escuadrón
de la Muerte auto nombrado como Liga Anticomunista Salvadoreña ( LAS).
Al final todo culminó con el cobarde asesinato de seis sacerdotes y dos laicas durante la ofensiva de noviembre de 1989.
Con
el tiempo las investigaciones determinaron fehacientemente, que los
responsables materiales del terrible asesinato de los sacerdotes
jesuitas y las dos empleadas, fueron cometidos por oficiales y soldados
del tenebroso Batallón Atlacatl y la información la dio el presidente
Cristiani a través de una cadena de radio y televisión el 7 de enero de
1990 donde dijo “que de acuerdo a las conclusiones de la Comisión
Investigadora de Hechos Delictivos los responsables de la masacre
pertenecen a la Fuerzas Armadas”.
Y se responsabilizó de dar la macabra orden al Director de la Escuela Militar, el Coronel Guillermo Benavides.
Estos
militares fueron llevados ante los tribunales civiles, el 26 de
septiembre de 1991 y tres días después un jurado los declaró
culpables, siendo condenados a varios años de prisión; pero gracias a
una ley de amnistía otorgada por el Gobierno del Presidente Félix
Cristiani, poco tiempo después los culpables materiales del asesinato
de los jesuitas quedaron en libertad.
Los responsables
intelectuales y materiales del espantoso crimen de seis sacerdotes
jesuitas, dos personas más y de muchos otros cometidos durante la guerra
civil salvadoreña, han quedado en la mayor impunidad.
Ciertamente, la justicia en El Salvador, por el momento, es ciega... y sorda.
Deseo poder incorporar este relato al contenido de un libro que escribo sobre el tema. ¿Quién y cuando me pueden dar el permiso? Escribo aquí por no poder encontrar la dirección de este Blog. Gracias
ResponderEliminarComí una vez con el P. Ellacuría SJ,años antes de su asesinato y dejaba traslucir en su conversación que acabaría asesinado por defender a los salvadoreños.
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