Los
“sucesos de 1932” como algunos historiadores se han tomado la tarea en
llamar, es una concurrencia de varios factores que incidieron para que
el pueblo, en su mayoría campesinos-indígenas, se sublevaran en contra
de la dictadura militar del General Maximiliano Hernández Martínez
,
apoyado por la oligarquía cafetalera. Por ejemplo, uno de los factores
fue el descontento de la población por el asunto relacionado con la
tenencia desproporcional de la tierra, concentrada ésta mayoritariamente
en manos de la oligarquía. Para algunos este suceso fue un
levantamiento campesino, para otros una insurrección propiamente dicha, y
no falta quien opine que fue un movimiento comunista para la toma del
poder. Todos tienen relativamente la razón, porque las variables de esos
acontecimientos del 32 reúnen las características de las denominaciones
que anteriormente señalamos; pero fue también, a mi juicio, un
etnocidio; porque la mayoría de asesinados fueron campesinos y nativos
que representaban la mayoría de la población salvadoreña en la zona
donde se generaron estos hechos; en una palabra integradora, fue un
hecho abominable en la historia no sólo de El Salvador, sino de la
humanidad. Antes de emitir un juicio es necesario remontarnos a los
orígenes de los “sucesos del 32”.
Los
orígenes de esta matanza se remontan a la invasión de los españoles a
nuestras tierras y la subsecuente independencia de los criollos y
mestizos; todo ello fue un factor negativo para que las condiciones de
vida de la población se volvieran cada vez más en un estado de
precariedad. La misma independencia de 1821 incidió a que surgiera un
escenario de desigualdades, la cual dejó a la población nativa en una
miseria sin precedentes; sumado a ello, la caída en los precios del café
a raíz de la crisis mundial de 1929 fue un detonante de gran
envergadura para que se diera este fenómeno sociopolítico. Aunque una
década antes ya existía el descontento generalizado de la población; la
crisis cafetalera incidió en gran medida porque al tiempo que se
disminuían las exportaciones, aumentaban los despidos de los campesinos
que trabajaban en las haciendas de los terratenientes cafetaleros.
Planteada
así la situación, la sociedad salvadoreña entra en una fase de lucha
entre opresores y oprimidos. Específicamente a finales de la década de
1920 se transforma El Salvador en un territorio propicio para las luchas
populares; surgen las primeras organizaciones proletarias como la
Sociedad de Obreros de El Salvador, la Sociedad Cooperativa de Zapateros
y Sastres, entre otras; y con ello la Federación Regional de
Trabajadores Salvadoreños (FRTS). Además, es justamente en marzo de 1930
cuando se funda el Partido Comunista Salvadoreño (PCS) y dos años más
tarde se da la masacre.
Este
hecho histórico dio paso al escenario de una larga dictadura militar
caracterizada por la represión, en tanto después a esta fecha no se
habla solamente de las categorías opresores-oprimidos; por cuanto el
régimen, al ver que el pueblo comienza a organizarse para defender sus
derechos fundamentales, diseña un mecanismo de represión para
contrarrestar la resistencia y el avance popular; es así como surge la
lucha represores-reprimidos. Los líderes de los movimientos sociales son
perseguidos, exiliados, torturados y en el peor de los casos
asesinados; la dictadura militar trata de silenciar el descontento del
pueblo implementando más represión. La injusticia social y
económica se incrementa en el país, las voces populares nos revelan que
el 80% de la población gozaba del 20% de la riqueza nacional, y el 20%
de la población gozaba del 80% de la riqueza nacional, lo cual es una
enorme injusticia.
Esta
riqueza nacional es entendida como la suma total de todos los bienes
con valor económico que poseen los gobiernos centrales, regionales y
locales de un determinado país. Concretamente en tiempos de las
dictaduras militares comprendidas desde 1932 a 1992, lo que
caracterizaba y le daba fuerza a la riqueza y economía de El Salvador
era la agricultura; el café, el algodón y la caña de azúcar eran
productos de exportación, y esa riqueza también era distribuida
desigualmente como ya se ha señalado.
Vayamos
a los hechos que dieron origen a la insurrección señalada. En primer
lugar, evidentemente en la década de 1920 ya había un descontento de la
clase trabajadora y los campesinos, quienes son explotados por los
grandes cafetaleros. A este descontento se suman los indígenas y los
líderes comunistas de esa época. Para algunos, este levantamiento o
insurrección popular fue obrero-campesino, y que los comunistas se
aprovecharon de esa coyuntura para emprender su conspiración. Pero al
hacer un análisis de esos acontecimientos, diremos categóricamente que
fue el PCS el que orientó y enrumbó esa convergencia de factores que
generaron las condiciones para que se diese la insurrección. Es decir,
que el PCS le imprimió el alma de todo movimiento social, político y
revolucionario, que es en sí la dialéctica marxista interpretativa de
esas condiciones, la cual no puede estar divorciada de la lucha popular
porque es la esencia de toda revolución originada a consecuencia de las
mismas contradicciones sociales.
No
tenemos que perder de vista el elemento que le dio vida al
levantamiento; y es que ese acontecimiento, según Tomas Anderson, se
distingue por ser el primer movimiento revolucionario latinoamericano en
el cual desempeñaron el papel más importante hombres considerados como
comunistas internacionales. Por cuanto, quedémonos con que fue una
insurrección popular en donde el PCS jugó un importante papel.
Es
preciso señalar que no tenemos por qué perder de vista el elemento que
le dio vida al levantamiento; y es que ese acontecimiento, según Tomas
Anderson, se distingue por ser el primer movimiento revolucionario
latinoamericano en el cual desempeñaron el papel más importante hombres
considerados como comunistas internacionales. Por cuanto, quedémonos con
que fue una insurrección popular en donde el PCS jugó un importante
papel junto a los campesinos e indígenas.
Se
tiene que decir también con toda propiedad que fue el problema agrario
el que más incidió, relacionado éste con la tenencia desproporcional de
la tierra y el salario de los trabajadores y campesinos-indígenas. El
salario que los grandes cafetaleros pagaban a los campesinos era de
miseria, al respecto Marx ya había señalado que, “El
nivel mínimo de salario, y el único necesario, es lo requerido para
mantener al obrero durante el trabajo, y para que él pueda alimentar una
familia y no se extinga la raza de los obreros. El salario habitual es,
según Smith, el mínimo compatible con la simple humanité, es
decir, con una existencia animal”. La crisis mundial de 1929 también fue
un elemento que incidió a que el café, como monocultivo de exportación y
base de la economía salvadoreña, disminuyeran sus exportaciones, en
consecuencia, los despidos aumentaron y los salarios de hambre pagados a
los campesinos-indígenas fueran aun más bajos. Fue por lo tanto una
conjunción de factores que le dieron vida a las contradicciones de
clase, y ello propició a que en enero de 1932 se iniciara la
insurrección.
Una
vez llevada a cabo la insurrección, comandada en algunos sitios del
occidente del país por líderes campesinos e indígenas, y en otras partes
por líderes sindicales y comunistas, las fuerzas represivas de la
dictadura militar del General Martínez apoyado por la oligarquía
respondieron con represión indiscriminada contra el pueblo. Algunos
afirman que los muertos fueron cinco o quince mil muertos, pero hay
otros que registran más de treinta mil muertos, en su inmensa mayoría
indígenas; por ello es que anteriormente he señalado que fue un
etnocidio porque la mayoría de ejecutados fueron indígenas que no
comprendían lo que era el comunismo, únicamente ellos se sublevaron con
la intención de que cambiaran sus condiciones precarias de vida, y esa
motivación era coincidente con el planteamiento de los comunistas.
El
régimen de manera preeminente y con toda la premeditación perversa del
caso, tergiversaron la idea del comunismo hasta llegar a satanizarlo.
Una vez que la dictadura militar sembró en la opinión pública la
vinculación entre comunistas e indígena, a manera de sinónimo, propició
la “legitimación” o “justificación” de la masacre. En esto, como ha sido
siempre y hasta la fecha, los medios de comunicación de derecha o
conservadores, hicieron su papel de distorsionar los hechos. En los
periódicos como La Prensa aparecían las siguientes líneas tendientes a favorecer y justificar la masacre propiciada por el régimen: “gracias
a la energía del Gobierno del General Martínez ha sido restablecida
totalmente la paz”. Es de observar cómo este periódico manejó y ocultó
la realidad, porque cuando se menciona el término “energía” lo hace para
no mencionar la palabra violencia o genocidio. Los muertos se contaban
por centenares en las líneas férreas del occidente del país, y para
justificar la desaparición y calcinación de esos cuerpos masacrados el
periódico en mención seguía diciendo: “Para evitar las epidemias, la
dirección General de Sanidad ha ordenado la incineración de los
cadáveres de los comunistas muertos en los diferentes encuentros habidos
en la República”. Y a los indígenas los definían como terroristas y
personas salvajes.
Héctor
Lindo Fuentes señala que el hecho de que la historia esté condenada a
repetirse tiene que ver tanto con la capacidad de olvidar como con la
capacidad de recordar. Y sigue diciendo que una exploración de cómo
diferentes elementos de la sociedad salvadoreña seleccionaron,
silenciaron y reacomodaron diferentes aspectos de la historia de la
matanza de miles de campesinos e indígenas que tuvo lugar en 1932 nos
ayuda a comprender la problemática historia de El Salvador.
Como
país hemos entrado en una fase transicional, y es oportuno señalar la
importancia de recobrar la verdadera memoria histórica de nuestro
pueblo, la cual los anteriores regímenes han ocultado durante tanto
tiempo. Es de mencionar que la rebelión de 1932 finaliza con el
fusilamiento de uno de sus líderes, como fue Farabundo Martí, y por
supuesto tiene que resaltar el nombre de otros líderes que sobrevivieron
a la masacre como Miguel Mármol, fundador del Partido Comunista
Salvadoreño y dirigente sindical. Así finaliza el levantamiento del 32
pero se recrudece la represión contra el pueblo salvadoreño mediante la
imposición de un estado de excepción que se promulgó y prolongó durante
la dictadura de Martínez hasta las posteriores dictaduras militares.
Esta
suspensión de garantías constitucionales implicó represión contra el
pueblo organizado y persecución contra sus líderes. Así tenemos que
Miguel Mármol huyó hacia el oriente del país, específicamente se radicó
en el Departamento de Usulután, otros se exiliaron en el extranjero.
Pero lo más importante es que quedó sembrada la semilla insurreccional
que germinó en las décadas de 1970 y 1980, dando como resultado la
guerra civil que duró 12 años y se culminó con la firma de un Acuerdo de
Paz, por razones del destino firmado en el mes de enero de 1992.
Mediante
este Acuerdo lo que se logró fue simplemente un cese al enfrentamiento
armado, pero no se logró erradicar el problema de raíz que es la
injusticia social, siendo la oligarquía la más beneficiada porque
instauró un neoliberalismo ortodoxo que, hasta la fecha y aun con cambio
de gobierno de izquierda, se mantiene sin presentar signos de
verdaderos cambios. Se espera que esto vaya cambiando pronto por el bien
de la clase trabajadora y los campesinos, siendo éstos últimos los que
mayor protagonismo han tenido en las luchas armadas en toda la historia
insurreccional de El Salvador.
Los
hechos de 1932, por haber ocurrido justamente al finalizar el mes de
enero, es importante que se le dé mayor importancia a su celebración,
incluso muy por encima del Acuerdo de Paz. Creo que está más lleno de
significado ese acontecimiento, en el entendido de la imperiosa
necesidad de comprender la historia para controlar el presente y evitar
en el futuro que un hecho abominable como la masacre del 32 se repita.
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