martes, 12 de marzo de 2013
Cónsul de El Salvador salvo a más de cuarenta mil judíos
Las acciones de José Arturo Castellanos en defensa de los judíos durante el Holocausto se conocen desde hace años, pero no su verdadero alcance. Ahora, después de una investigación de dos años y medio por una decena de países, El Salvador ha solicitado formalmente a Yad Vashem que su cónsul sea reconocido como Justo entre las Naciones. El proceso ya ha comenzado. El Salvador ha solicitado formalmente a Israel que reconozca al diplomático José Arturo Castellanos como Justo entre las Naciones, por su labor en el salvamento de cuarenta o cincuenta mil judíos durante el Holocausto; una historia personal que no era desconocida, pero de cuyo verdadero alcance, sin embargo, no existía hasta ahora una evaluación. La petición la presentó el canciller Francisco Laínez Rivas durante una visita que efectuó a Israel entre el 14 y el 17 de mayo, y en la que expuso el caso de Castellanos, cónsul en Ginebra durante la Segunda Guerra Mundial, ante las autoridades del Museo del Holocausto de Jerusalén (Yad Vashem) y ante la canciller Tzipi Livni. “Hemos recibido información sobre sus acciones, y hemos abierto el expediente para que la Comisión de Justos Gentiles investigue el caso”, confirmaron fuentes oficiales de Yad Vashem. Se trata de una comisión presidida por el ex juez de la Corte Suprema, Yaacov Tirkle, y formada por historiadores, sobrevivientes e investigadores. Un juicio a todos los efectos.
Castellanos fue cónsul salvadoreño en Ginebra entre 1940 y 1945 y, según una investigación que el Ministerio salvadoreño de Exteriores ha realizado en estos dos últimos años, concedió más de cuarenta mil certificados de nacionalidad a judíos de distintos países -principalmente de Hungría- para que escaparan de la Gestapo y de los trenes de la muerte.
El ministro Laínez declaró a este respecto que entregó a Yad Vashem un informe completo “con testimonios, documentos y copias de los pasaportes que se emitieron” para esos judíos, a fin de acelerar el proceso de reconocimiento. “Hemos recogido y presentado el trabajo de historiadores, el testimonio de sobrevivientes y documentación que atestigua esa ayuda”, manifestó el canciller. Castellanos, que sería el primer salvadoreño en recibir este título, fue alentado en su acción por un empresario judío, George Mandel-Mantello, que financiaba la operación. “Cada certificado costaba cuarenta francos suizos, porque además del papel y la tinta se necesitaba que un notario los certificara como auténticos”, relata Enrico Mandel-Mantello, de setenta y siete años e hijo del hombre a quien Castellanos nombró su primer secretario.
Ambos se habían conocido años antes en Praga en una transacción y, cuando George Mandel-Mantello huyó a Suiza, corrió a buscar a su amigo salvadoreño y éste “lo adoptó”. Según su hijo, que se quedó atrás con la madre en Hungría hasta que llegaron sus certificados, el equivalente hoy de todo el costo de la operación sería “un millón de dólares”. El caso es que ambos, con la ayuda de voluntarios, se dedicaron a imprimir miles y miles de copias de certificados de nacionalidad salvadoreña en precarios aparatos conocidos como “termofax”, que luego refrendaban con sellos del consulado y repartían por distintas vías entre los judíos europeos. “¡A los alemanes les encantaban los sellos! ¡Sencillamente les encantaban!”, manifestó con un cierto humor negro el profesor Itzhak Mayer, uno de los sobrevivientes que debe su vida a Castellanos y a Mandel-Mantello, en una rueda de prensa en Jerusalén, en la que Laínez presentó todo el caso.
“Hemos encontrado certificados que amparaban hasta once personas”, reveló allí el embajador salvadoreño Ricardo Morán Ferracuti, encargado de la investigación y quien presentó sus conclusiones a Yad Vashem con abundantes detalles. El diplomático explicó en la rueda de prensa que la expedición de certificados se debía a que eran prueba de nacionalidad, a diferencia de un pasaporte, que era considerado un documento de viaje. Además, por motivos técnicos y económicos, reproducir una hoja era mucho menos costoso que un librito, y también más fácil de esconder en el traslado a los países en los que serían distribuidos los certificados.
Las alternativas que ofrecían estos documentos eran dos: guardarlos para el caso de que fueran arrestados y salvarse de los trenes de la muerte, o vivir en la ilegalidad, saliendo a la calle sin llevar la estrella amarilla, única posibilidad para subsistir. “Les servía para sobrevivir”, manifestó el embajador Morán Ferracuti, porque con ellos “no podían salir de sus países”. “Nunca he estado en El Salvador, ni hablo español, ni conocía al cónsul”, subrayó por su parte el profesor Mayer, al insistir en que la acción del diplomático salvadoreño fue completamente desinteresada y que, quien le salvó la vida, merece el reconocimiento del Pueblo Judío y, por lo tanto, del Estado de Israel.
Justos entre las Naciones El Museo del Holocausto reconoce este tipo de acciones por parte de personas que no son de origen judío con el título de Justo entre las Naciones (Hasid Umot Haolam, en hebreo). En la actualidad, veintiún mil setecientos cincuenta y ocho los ciudadanos del mundo han sido reconocidos como tales, la mayoría de ellos, europeos. “El proceso de aprobación puede durar meses o años y no siempre se concede el título por haber salvado judíos -explica una portavoz de Yad Vashem-. Hay dos condiciones básicas para obtener este reconocimiento y son que el candidato no sea judío y que haya arriesgado su vida a la hora de salvar a esas personas”. De no cumplirse la segunda condición, en el caso de diplomáticos extranjeros se tiene también en cuenta que hayan actuado en contra de las órdenes de sus superiores, en otras palabras, “por arriesgar sus carreras y fuente de ingresos”. Es el caso, por ejemplo, del español Ángel Sanz Briz, destinado en Budapest y quien emprendió una campaña similar a la de Castellanos, a pesar de las órdenes explícitas recibidas desde Madrid. Frente a las condiciones de Yad Vashem, los investigadores salvadoreños aseguran que el cónsul Castellanos no sólo arriesgó su vida, sino también su carrera y sus ingresos. “Su vivienda estaba encima del consulado, y en una ocasión la Gestapo revisó el edificio, lo que puso en peligro no sólo a su persona, sino a la familia que residía con él”, sostiene Morán Ferracuti.
En cuanto a su carrera, explica que, en 1944, cuando llevaba dos años emitiendo los certificados, las acciones del cónsul salvadoreño comenzaron a ser de conocimiento público, y llegó a oídos del Ministerio de Relaciones Exteriores de El Salvador que uno de sus diplomáticos en Europa estaba concediendo documentación a los judíos. “Consultados por distintos gobiernos aliados sobre si avalaban esos certificados, el Ministerio señaló que respaldaban las decisiones de su cónsul”, destacó Morán Ferracuti, “pero hasta entonces lo hizo por iniciativa propia y sin saber las consecuencias”. El diplomático, que se ha dedicado exclusivamente a esta cuestión los últimos dos años y medio, subraya también que otra de las condiciones de Yad Vashem es que el candidato no haya recibido remuneración económica por esa acción, lo que, asegura, se cumple en el caso de Castellanos: “Murió en 1967 en la pobreza”.
La investigación también reveló que, si bien en la primera etapa se expedían certificados con nombre y apellidos, en la última parte de la guerra sencillamente se anotaban datos básicos y se le colocaban los sellos. Los voluntarios “los lanzaban por la ventanas de los trenes que iban a los campos de exterminio para que los propios viajeros los rellenaran y pudieran salvarse”, explicaron distintas fuentes. Consultado por su postura en el proceso de reconocimiento, el anciano profesor Mayer afirma: “Me siento mal por que no hayan reconocido a Castellanos hasta ahora. Yo le habría dado ya el título de Justo entre las Naciones”.
Sin duda una de las personalidades más destcadas en la historia salvadoreña, al salvar tantas vidas https://elsalvadoreshermoso.com/arturo-castellanos/
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